martes, 23 de octubre de 2012

La palabra tomate


Tomate
Cuando los conquistadores españoles llegaron a lo que hoy es México, quedaron fascinados por el color rojo del Lycopersicon pimpinelli, que los aztecas llamaban tomatl en lengua náhuatl, y en poco tiempo lo incorporaron a sus ensaladas como ingrediente insustituible, y lo denominaron tomate, palabra que está documentada en textos castellanos a partir del siglo XVI. 
Los indios taxcaltecas y cempoaleses tuvieron aquel día por muy festival, porque no dexaron cuerpo de aquellos señores que no comiesen con chile y tomate. (F. Cervantes de Salazar. Crónica de la Nueva España. 1544)

La palabra aparece por primera vez en castellano en 1532, en un texto de fray Bernardo de Sahagún. Sin embargo, en 1571, otro fraile, Alonso de Molina, publica su documentado Vocabulario castellano mexicano, en el cual tomatl aparecía todavía con su forma nahua, definido como «cierta fruta que sirve de agraz en los guisados o salsas». 

Este nombre se mantuvo en portugués y en francés, además del inglés tomato, pero los italianos, maravillados por el color dorado que el tomate presenta durante su maduración, lo llamaron pomo d'oro 'manzana dorada' y también pomodoro

Como durante mucho tiempo se atribuyó a este fruto un poder afrodisíaco, los franceses lo llamaron pomme d'amour 'manzana del amor'. Sin embargo, hay quien afirma que este nombre se debe a otra razón: durante muchos años, la berenjena fue llamada en francés pomme des Mours'manzana de los moros' porque se usaba mucho en la culinaria árabe, de modo que pomme d'amour puede ser una forma corrompida de este nombre. Esta afirmación se ve fortalecida por el hecho de que los franceses utilizaron el tomate durante mucho tiempo solo como planta meramente decorativa, por lo que mal podrían haber experimentado sus supuestas propiedades afrodisíacas. 

Tomado de www.elcastellano.org

miércoles, 3 de octubre de 2012

"Sangrar el párrafo"

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donde hemos tomado algunas recomendaciones sobre redacción.



"Sangrar un párrafo" significa empezar un renglón más adentro que los otros de la plana. El resultado de esta acción es lo que llamamos "sangría". Cada párrafo de un texto debe iniciarse así para que puedan diferenciarse claramente. En un texto discursivo, no es recomendable un espacio en blanco entre el final de un párrafo y el siguiente sangrado, como es costumbre en muchas oficinas donde privan criterios más burocráticos que literarios, periodísticos o académicos. [En Facebook, no es posible sangrar los párrafos. Por ello, para indicar cambio de párrafo, el único recurso es dejar un renglón en blanco].

Cada párrafo gira alrededor de una idea principal. En teoría, con una nueva idea principal, se cambia de párrafo, y este se inicia con una sangría, tal como sucedió en el que está usted leyendo. Pero en la práctica entran otras consideraciones, como la clase de escrito de que se trata. 

En el periodismo, los párrafos suelen ser más breves que en los ensayos literarios o de otras disciplinas humanísticas. Esto se debe a que las columnas de los periódicos y revistas son delgadas generalmente, y un párrafo largo, como este, podría ocupar toda una página. Si un párrafo se vuelve demasiado largo, pierde su eficacia como tal. Para saber dónde es conveniente romper un párrafo en dos o más, hay que buscar algún punto de transición. Es allí donde podremos iniciar un párrafo nuevo con su respectiva sangría.

Cuando se trata del primer párrafo de un texto o del primer párrafo después de un subtítulo, no es necesario emplear sangría porque no pueden confundirse con párrafos anteriores, aunque sí sería correcto y aceptable hacerlo. Se trata, más bien, de una decisión editorial o una cuestión de gustos.